Pocas veces se puede tener un contacto tan vivo y directo con comunidades de la Sierra del Perú, compartiendo días, vivencias, fe y amistad. Esto es lo que ocurrió en 3 comunidades del Valle del Colca-Arequipa: Coporaque, Lari y Madrigal, durante 7 días entre los comuneros y los jóvenes que participaron de esta experiencia. Si podemos resumir estos días, podemos decir que la solidaridad, la cercanía y el trabajo en equipo han sido el mejor marco para apreciar y gozar de los esplendidos paisajes y el cariño de la gente. Cada grupo tuvo experiencias diferentes. Por un lado, los 14 jóvenes escolares provenientes del Colegio Cristo Rey de Tacna y San José de Arequipa, tuvieron la oportunidad de colaborar en la chacra y el trabajo comunal de mejorar las canchas de fúlbito de Lari. Por las tardes, una motivadora integración con los más de 30 niños que asistían a la catequesis y nivelación escolar. En las noches, la llamada “hora de reflexión” para compartir lo vivido en el día, marcando sobretodo la vida en comunidad. De Lari, partía todos los días una comisión de voluntarios rumbo a Madrigal, a una hora de camino, para tener los talleres con los niños. Compartir lo vivido en cada lugar enriquecía mucho más la experiencia. Finalmente, el último día tuvimos una celebración con canto y baile preparado por los comuneros de Lari. Allí pudimos entregar la biblioteca con libros forrados y codificados, donados por la parroquia Chivay. Por otro lado, en Coporaque, 12 jóvenes universitarios vivieron una experiencia de inserción, de conocer la realidad del trabajo del campo y de conocer, visitar y acompañar familias de la zona. Por las tardes, el mismo entusiasmo y apoyo a los niños, en un precioso campo al costado de la iglesia y, por las noches, el compartir, la reflexión y los buenos momentos comunitarios. Un ambiente y un cielo que hacían recordar las horas que Ignacio se dedicaba a mirar las estrellas y soñar un mundo diferente.
Mención aparte merecen las personas que nos acogieron y nos ofrecieron apoyo. Eso lo demuestra la pena que sentíamos al dejar esos lugares al término de la experiencia. Muchos hombres y mujeres veían en el grupo jóvenes que querían compartir alegrías y ganas de ayudar. Lo poco que llevábamos para compartir con los niños se retribuía gratuitamente con el calor humano y las muestras de cariño (conversaciones, cantos, comidas). Asimismo, las gracias al P. Mario Férnandez, párroco de Chivay, que tiene a su cargo 9 distritos del valle del Colca, y nos abrió con mucho gusto las puertas del trabajo pastoral allí. Una unión de ánimos y mutua colaboración en beneficio de todos.
Con experiencias como éstas, uno vuelve más agradecido con la gente y con Dios, de poder seguir encontrándolo en todas las personas y en todas las cosas, aprender a vivir y querer un Perú trabajador, entusiasta y creyente. Un grupo de jóvenes que descubren en la creación y en el contacto con la gente un nuevo lenguaje de Dios, atractivo y esperanzador. Un gran corazón que incluye a todos en el mismo sentir de agradecimiento, como diría Gutierrez al referirse al esplendor entre naturaleza, gratitud y fe en la obra de Arguedas (“Entre las calandrias”): “A mí me impresiona la gratuidad misma. Como dato fundamental de nuestra vida cristiana en relación con Dios, pero también como realidad humana. Creo que sin gratuidad no hay auténtico encuentro entre seres humanos. En toda experiencia de amor hay una exigencia de gratuidad”
Mención aparte merecen las personas que nos acogieron y nos ofrecieron apoyo. Eso lo demuestra la pena que sentíamos al dejar esos lugares al término de la experiencia. Muchos hombres y mujeres veían en el grupo jóvenes que querían compartir alegrías y ganas de ayudar. Lo poco que llevábamos para compartir con los niños se retribuía gratuitamente con el calor humano y las muestras de cariño (conversaciones, cantos, comidas). Asimismo, las gracias al P. Mario Férnandez, párroco de Chivay, que tiene a su cargo 9 distritos del valle del Colca, y nos abrió con mucho gusto las puertas del trabajo pastoral allí. Una unión de ánimos y mutua colaboración en beneficio de todos.
Con experiencias como éstas, uno vuelve más agradecido con la gente y con Dios, de poder seguir encontrándolo en todas las personas y en todas las cosas, aprender a vivir y querer un Perú trabajador, entusiasta y creyente. Un grupo de jóvenes que descubren en la creación y en el contacto con la gente un nuevo lenguaje de Dios, atractivo y esperanzador. Un gran corazón que incluye a todos en el mismo sentir de agradecimiento, como diría Gutierrez al referirse al esplendor entre naturaleza, gratitud y fe en la obra de Arguedas (“Entre las calandrias”): “A mí me impresiona la gratuidad misma. Como dato fundamental de nuestra vida cristiana en relación con Dios, pero también como realidad humana. Creo que sin gratuidad no hay auténtico encuentro entre seres humanos. En toda experiencia de amor hay una exigencia de gratuidad”
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